domingo, 21 de agosto de 2005

¿1993 o 1965?




Reproducimos la columna de hoy de Ascanio Cavallo que anticipa una derrota catastrófica de la derecha en Diciembre que podría remitir a la sufrida en 1965 en tiempos de Frei Padre. Así sea.


¿93 o 65? Ascanio Cavallo Fecha edición: 21-08-2005



Tras el abandono de la carrera presidencial la derecha se concentra en salvarse del naufragio protegiendo la plantilla parlamentaria, pero esta estrategia, hasta ahora, como en las elecciones del 93 y de 1965, puede que tampoco sea exitosa.

La derecha parece encaminarse a un desastre de proporciones mayores de las que cabía esperar hace apenas unos meses. Después de abandonar la competencia presidencial -presenciando ese extraño abrazo de la muerte que conduce a Joaquín Lavín y Sebastián Piñera hacia un desenlace de jibarización electoral-, la UDI y RN han procurado salvarse del naufragio protegiendo los sillones parlamentarios.

Pero así como en 1993 el abandono de la presidencial tuvo el efecto relativamente saludable de proteger la identidad opositora en el Congreso, ahora la situación se empieza a parecer más a la de 1965, cuando la misma huida -aquella vez motivada por el pánico a la izquierda allendista- terminó por arrastrar a los candidatos a parlamentarios y entregó a la derecha en manos de una abrumadora mayoría democratacristiana.

La derecha ha jurado y rejurado que jamás repetirá la capitulación del 65, y es necesario creerle. No se va a entregar a brazos ajenos y hará lo posible por evitar una catástrofe de esas magnitudes. Pero una cosa es la voluntad, y otra la realidad; una cosa es la magnitud, y otra el significado estratégico. No es necesario que la derecha pierda todo para que pierda mucho, incluso demasiado. No es necesaria una derrota masiva para que sea una derrota de largas resonancias.

El sistema binominal probablemente atenuará la extensión de un mal resultado (por eso es casi jocoso que el Presidente Lagos pida justo ahora el apoyo de la oposición para cambiarlo). Pero salvar la cara apostando a que no serán duplicados por el oficialismo -como lo ha hecho Pablo Longueira- es una aspiración demasiado modesta comparada con las perspectivas triunfalistas de hace muy poco tiempo.

La amenaza principal recae sobre la UDI, cuyos notables resultados del 2001 semejan hoy un techo muy difícil de alcanzar por segunda vez. Aunque las encuestas tengan una validez menos sagrada de la que les atribuye la clase política, todos los indicios sugieren que la UDI sólo tiene espacio para descender en diciembre, y si eso no significa que pase del lugar del primer partido nacional al último, sí puede significar que los estilos de liderazgo que la han caracterizado entren en una crisis estructural.

La bancada de senadores de la UDI está seriamente amenazada en las regiones IV (Evelyn Matthei) y XII (Sergio Fernández), por razones diferentes, y en las dos circunscripciones de Santiago, donde Pablo Longueira se halla por debajo de Lily Pérez y Jovino Novoa corre el riesgo de una duplicación por parte de la Concertación (al punto de que RN tuvo que comprarse un conflicto interno bajando inopinadamente a Carmen Ibáñez, no para mejorar la situación de RN, sino para salvar a Novoa). Peor aún, Novoa y Longueira, los principales dirigentes de la UDI, registran los más altos índices de rechazo en la encuesta La Tercera-Feedback, lo que significa que su margen de crecimiento es cuando menos débil.

Puesto que Longueira anticipó su voluntad de ser el candidato presidencial de la UDI en el 2009, esta situación tiene alcances estratégicos: además de anticipar el final de Lavín si pierde este año, pone en jaque la posición de liderazgo en la derecha que la UDI ya creía consolidada.

La unidad y Pinochet

Dejando de lado el comportamiento particular de los candidatos amenazados, es decir, suponiendo que hay factores estructurales incidiendo, ¿por qué se ha llegado a este punto?

La primera explicación ha de buscarse en las dos candidaturas presidenciales, que han puesto de manifiesto que en muchos de sus dirigentes, la unidad de la derecha es más discurso que voluntad real. Pero como ocurre que la unidad es un atributo alta e históricamente valorado en ese sector, no es raro que las figuras más cercanamente asociadas con la ruptura y la confrontación interna corran el riesgo de ser más castigadas.

Más importante que esto (que se refiere sólo al ethos de la derecha), la presencia de las dos candidaturas transmite al país, sin mucho lugar a equívocos, que la oposición no está en condiciones de ofrecer gobernabilidad. Es el espectáculo de arañazos y descalificaciones mutuas -dichas con tono de sabiduría sentenciosa- lo que hace pensar que las dos candidaturas no mejorarán significativamente su desempeño actual; esa performance, inevitable en una carrera de dos, les resta decisivamente la capacidad de captación más allá de los ámbitos de sus partidos. Por eso es que las cifras que arrojan las encuestas para Lavín y Piñera no son tan diferentes de las que tienen la UDI y RN.

En teoría, la competencia entre figuras fuertes favorece al bloque opositor, porque impide que el gobiernismo lo duplique y le quite escaños parlamentarios. Además de ser una pobrísima manera de retener posiciones, este es un modelo que alienta las confrontaciones en un mundillo donde las campañas "limpias" simplemente no existen. De cualquier manera, ¿dónde se ha visto que aspirar al 33% sea un camino para construir mayorías nacionales con vocación de gobierno?

Un segundo factor -totalmente fortuito, aunque en época de vacas flacas hasta la mala suerte se suma- ha sido la episódica reaparición del general (R) Augusto Pinochet y de sus cuentas secretas en el exterior. Pinochet no debería ser un dato en la política de hoy, pero cuando sus familiares son procesados y prosigue la danza de millones de dólares ocultos, parece inevitable que su extensa carga negativa se desplace, en proporciones imprecisables, a los que fueron sus más fervorosos partidarios, por no decir también funcionarios y admiradores.

La UDI, y en menor medida también RN, sobrelleva la carga de Pinochet tal como la derecha española cargó con Franco hasta más de 20 años después de su muerte. Y en aquel caso sólo se libró de ella cuando salieron de la primera línea todos los dirigentes que recordaban al franquismo.

Si los resultados son tan negativos como lo parecen hoy, la derecha puede verse empujada a un proceso de renovación forzosa de alcances insospechados.

No hay comentarios.: